Solo son dos arcos. No queda nada más de lo que fue un magnífico palacio años atrás. Lo derruí poco a poco.
Ahora no me hace falta nada más.
No sé si habrá mas variaciones. Posiblemente si.
Cada día algo cambia. Una flor nueva aparece, otra, que ya estaba, pierde algún pétalo...
Si te apoyas en el arco que da al sur aparece un río. Hay hadas, yo las quiero llamar así, o quizás solo son libélulas de alas resplandecientes.
No hay muchos días de sol que caldeen el agua del río ultimamente... aun así el acceso de piedras redonditas sigue siendo mi lugar favorito.
La claridad permite ver, algo más allá, un par de sauces llorones, y bajo el más grande de ellos un montoncito de piedras amontonadas.
Las que coloqué allí con mis pequeñas manos cuando trataba de edificar todo esto. No las moví aun.
Aun intento saber porqué busqué las piedras más redondas, más brillantes y más bonitas y las coloqué ahí.
El césped está algo más alto que la última vez que necesité un escondite.
Un banco de forja abandonado en el medio de esa gran pradera. Con vistas al infinito. Sin vistas a nada.
Vuelvo a los arcos. Apenas queda algo de tejado sobre ellos. No me importa.
Huyo de cosas peores que de inocentes gotas de lluvia.
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