Abrió el libro, desganada,
sin fuerza para pensar en los mundos que se abrian para ella,
sin paciencia para dibujar y desdibujar momentos.
Por que todos los momentos se borran,
como aquellos dibujos hechos a dedo en un cristal,
que se pierden poco a poco.
Y esos momentos de calma volarían,
y por ello no quería aferrarse a ellos,
no quería ser la estúpida que vuela tras un sueño, tras un recuerdo.
Pero sabía que no podía evitarlo,
que pertenecía a eso, y eso la pertenecía.
Que vivía asida a sus sueños,
y que cortarlos, como quien corta el hilo de un globo,
la dejaría caer,
caer sin saber cuanto ni donde,
simplemente, caer.
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