No era una mañana normal.
Las cosas habían empezado de una manera distinta a la establecida.
No había pitido del despertador, ni llamadas inesperadas a las ocho de la mañana.
El tacto de las sábanas era distinto.
Y el calor también.
Una mirada.
Un abrazo.
Y dormir de nuevo, sin importar el hasta cuando.
Una mañana sin la necesidad de café para despertarse.
Y quizá sin la necesidad de despertarse.
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