Había envejecido,
se había hecho mayor como la gustaba denominarlo.
El nombre no importaba,
las arrugas y marcas en su cara lo expresaban igual.
Ya no era ella quien contemplaba, perseguía
y quería encerrar en un frasco de cristal a las mariposas.
Abrió los brazos y permitió que el aire le hiciera creer que volaba,
el mismo efecto que su abuela le había dicho cuando no era más que una niña.
Pero ya no era lo mismo.
Las experiencias pesaban demasiado
para que la ligera brisa pudiera levantarlas.
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