Unos pasos que pretendían ser silenciados,
una respiración agitada y acallada.
Una mueca cada vez que al abuelo le sonaban los huesos.
Una mirada hacia alante, atenta.
Una linterna con muñecas pintadas a los lados iluminando apenas un par de pasos más alante.
La exploración de ese tunel misterioso estaba resultando monótona.
Pero ella no sabía decir "monótona", así que decía aburrida.
(Esa palabra no hacía que su lengua se trabara entre sus desaparecidos paletos)
Y el abuelo intentaba ponerle emoción.
Pero los murciélagos (que tampoco sabía decir) no eran de su interés.
Vamos, el tesoro no puede estar mucho más allá.
Su hermano la había precavido, no la pasara lo que a Alicia,
y cayera por la madriguera de un conejo.
Usaba siempre palabras difíciles.
Disfrutaba viendo a esas dos coletas presumidas girarse enfadadas.
Y esa boca desdentada poner el gesto "de los lunes".
El de los domingos era más amable.
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