Mazazo a mazazo,
golpe tras golpe,
fue construyendo su mundo mejor.
Su mundo, menos específicamente.
Un mundo de temor,
de falsos respetos, de miradas furtivas,
de risas reprimidas.
Mientras tanto un niño ponía unas rodilleras nuevas,
caería otras cincuenta veces,
tropezaría con la misma piedra,
volvería a caerse del árbol,
y se reiría sin temores innecesarios.
Me gusta la última parte. El optimismo, la inocencia de la infancia que al tener unos añitos más se pervierte y desaparece.
ReplyDeleteTe enlazo en mi blog y te sigo leyendo ;)
Golondrina.