Le dolían los dedos de cruzarlos,
le dolían los ojos de llorar.
LLoraba por la suerte, la suya y la ajena.
Por la buena y por la mala.
Lágrimas de alegría, y de tristeza.
Y alguna lágrima por llorar.
Pero seguía cruzando los dedos,
llorando de alegría,
y llorando para acompañar las tristezas.
Porque para ella, las lágrimas expulsaban la tristeza.
Porque sola, no se va nunca.
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