Habría anotado todos y cada uno de sus errores.
Sabía que no era necesario,
porque los recordaba a la perfección.
Los errores, y las consecuencias.
Pero los habría anotado para que ayudaran a otros.
Para que otros supieran con qué piedra no tropezar,
sobre qué tronco no subirse,
sobre qué hielo no deslizarse.
Aunque entonces nadie cosería rodilleras,
nadie firmaría escayolas.
Así que permitía que los errores se acumularan,
que se quedaran en el olvido,
que los demás también cayeran del tronco,
y aprendieran a columpiarse la siguiente vez.
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