"No fuméis"
decía con una cara muy seria.
Seria y arrugada, como un pergamino viejo. Y del mismo color.
Parecía un reducto arrugado, dejado secar, de la mujer que aparecía en las fotografías.
Por que había muchas fotografías en aquel viejo despacho.
Un despacho también del color del papiro, con olor a enfermedad.
O simplemente a edad.
Una larga mesa de caoba con un gran numero de plumas y plumines,
ordenados de mayor a menor suponían la totalidad del color.
Junto a su pelo.
Teñido tantas veces de un color joven.
Teñido tantas veces de un color joven.
Posiblemente el que lucía en aquellas fotografías de fotógrafo,
con un recogido de la época,
con una mirada perdida
y un collar de perlas.
Imponía respeto, asustaba.
Hacía seguir sus preceptos.
Hacía seguir sus preceptos.
Era estirada y severa.
Una maestra de las de antes, de las que te pegan con la regla.
O con la mano abierta.
De las que te castigan después de clase si dices palabrotas.
A copiar en la pizarra mil veces, con suerte.
Vigilaba el patio de su colegio desde las ventanas,
para no despeinarse, ni perder detalle.
Con su taza de café, la única taza del colegio.
Vigilando a los mayores, que no fumen.
Vigilando a los pequeños, que no se peguen.
Vigilando que ni unos ni otros se pelen las rodillas.
"Ya los controlo yo, Directora"
Una maestra menuda, colorada.
De las que ponen tiritas sin echar alcohol en la herida.
De las que solo te amonestan
y te avisan de que el castigo será a la próxima.
"De Acuerdo. Tengo muchos papeles pendientes"
De nuevo en el despacho amarillo, viejo y lleno de fotografías.
"Niñatos cabrones" suspiró con desahogo.
Y encendió un cigarrillo, de los confiscados.
De los del tercer cajón de su mesa caoba.
Maravilloso Bea, permíteme compartirlo.
ReplyDelete¡¡Un beso enorme de una maestra!!
Nerea