Sabía que no la escuchaban,
hacía rato que su voz se perdía,
no llegaba a quienes estaban frente a ella.
O llegaba, e ignoraban sus palabras.
Tenía carácter,
aunque quizá no el apropiado.
No el que su audiencia quería.
No el aplomo de un soldado,
ni la paciencia de una santa.
Nunca había considerado su carácter,
genuino, como un punto débil.
Gustaba de la perfección,
y de los lápices afilados.
Y de que se prestara atención a lo que decía.
Pero nadie la escuchaba.
Y quería patalear.
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