Estaba desnuda,
delante de un espejo que no le decía nada.
Enfrentandose a sí misma,
viendo sus cambios,
y lo que se había quedado igual.
Viendo cómo sus ojos seguían siendo los mismos,
pero no.
Aunque no podía identificar el cambio.
No podía juzgarse,
necesitaba otros ojos.
Unos nuevos, ajenos,
que no estuvieran contaminados por sus ideas,
por sus obsesiones.
Pero no tenía esos otros ojos,
y los suyos estaban cada vez más grandes,
sobre unos pómulos cada vez menos presentes.
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