A veces escribía cartas,
cartas personales,
pero que le distanciaban del mundo.
Cartas que si hubiera escrito de su puño y letra,
habrían expresado mil veces más sus letras.
Cartas escritas en una máquina de escribir,
pulsando con más fuerza de la necesaria en las "m",
que tendía a atascarse, y a arruinar el mensaje.
Y aun así las ideas fluían,
y se despertaban con cada agudo "ding" del final de línea,
con sus pequeñas "m" en cursiva, movidas.
Escribía cartas, no novelas o cuentos.
Escribía a personas reales y para personas reales.
Papeles cuyo destino era volar hacia otras personas,
con sus "m" desajustadas, para entregar aquellos mensajes,
aquellas ideas que volaban por su mente.
Pero esos mensajes de letras torcidas,
con carácter, que ponían a prueba su paciencia,
no volaban raudos en busca de las personas reales para las que estaban destinados.
Simplemente, se amontonaban, muy juntos.