Me quedé dormida.
Recuerdo que olía dulce, y a menta, y a hierba recién cortada,
pero ese olor estaba solapado bajo cientos de otros olores.
El olor del detergente caro para la ropa blanca
tendida en dos cuerdas paralelas sobre mi cabeza, el olor a cloro del agua de la fuente.
El olor a chocolate de la tarta sobre la mesa y el olor a la colonia de un niño.
Una colonia demasiado fuerte para él.
Y entonces el olor a césped, a tierra húmeda, y a flores del parterre cercano.
Me giro y el cesped me pica en la nariz.
Me despierta.
Voy abriendo los ojos y mi vista se nubla con pequeñas lineas verdes.
Y una motita roja trepando por ellas.
La mariquita se pone en mi nariz,
pasea por mi frente, y me quita el sueño.
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