Sabía que debería saborear el momento,
la calma que precede a la tempestad.
Pero no había acabado.
La calma bien podría ser el ojo del huracán.
Cogió un puñado de la arena removida que había a sus pies.
Estaba húmeda, brillante.
Una suave brisa le devolvió a la realidad.
En la calma no hay brisa.
Tenía que hacer algo, pero sin excesos.
No quería acabar matando una mosca a cañonazos.
Algo con paciencia.
Algo como esperar.
Ya huiría después.
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