Se miraba en el espejo,
en aquel espejo ovalado del salón,
aquel del marco descascarillado.
Sin reconocerse del todo,
sin perder de vista las arrugas,
que empezaban a dominar su frente.
No había querido aceptarlas antes,
ahora ya era imposible negarlas.
Quizá se hacía mayor.
Quizá.
Las canas habían sido el aviso,
aunque tampoco había querido fijarse.
Seguía mirandose, muy atentamente.
Aún quedaban muchas cosas por hacer,
y no la iban a parar unas arrugas,
ni unas canas,
ni un espejo medio torcido.
Y muchas ganas guardadas,
en la fortaleza más cuidada,
dispuestas a salir,
liberandolas poco a poco.
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