Era una foto realmente vieja.
Había pasado más de 20 años enterrada en su cartera,
y apenas recordaba a aquella persona que aparecía junto a él.
Ambos sonreían, pero no sabía el por qué lo hacían.
No sabía en qué fotomatón se había tomado la fotografía,
pero sonreían, y se abrazaban.
Apenas recordaba la mitad de su vida,
pero había algo en ese hoyuelo que le recordaba a algo.
El pestañeo era más lento,
un giro de cabeza, pendiente del sueño.
Y ver un hoyuelo en una sonrisa.
Y es que suele ocurrir que esos momentos cortos, absurdos, son los que más huella dejan.
ReplyDeleteY puede que la memoria y nuestro ritmo de vida llegue a hacer que los pasemos por alto, pero no los olvidamos.
Y bravo, brillante entrada, pero como todas la verdad.
Filóloga escritora :)