No era lo que había planeado.
Ni tan siquiera seguía las lineas de su maltratado boceto.
Sacó el papel de su bolsillo trasero,
él lo llamaba papel, pero había sido una servilleta,
único papel a mano cuando le visitaron las musas.
Pero eso no era lo importante,
NO se parecía.
No reflejaba lo que el quería expresar.
No funcionaba.
Y entonces, sin previo aviso, empezó a bailar.
Bailaba al ritmo de ninguna música.
Empezaba el tercer giro de esa coreografía improvisada,
y mirando de nuevo el lienzo,
frunció las cejas para acabar cogiendo un pincel y dar la última pincelada.
Repentinamente, todo volvía a tener sentido.
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